¡Salpicados! Capítulo 4



Capítulo 4
—Al menos deja que te invite a cenar —dijo ella—. Necesito pagarte esto de algún modo.
No había sido solo el sumidero de la cocina, el desagüe de la ducha también necesitaba un mano experta y al armario del salón, al que le faltaban los tiradores, no había sido menos. Por suerte, Gabriel siempre llevaba algunos tiradores desparejados en su caja de herramientas y pudo solucionar hasta eso último.
Había echado toda la tarde en esa casa haciendo cuatro chapuzas por las que le resultaba indecente cobrar a esta chica. Ahora entendía porqué le había mentido su madre con el mueble de Ikea, si hubiese sabido la verdad ni se habría molestado en ir hasta casa de la camarera de la que aún desconocía el nombre.
—Me quedaría encantado, créeme. Pero mi niña me espera.
—Ah, sí. Melisa, ¿verdad?
—Sí —Gaby se levantó de un salto y le crujieron las rodillas—. Y ¿tú? ¿Tienes algún nombre?
Se sacudió los restos de madera que se habían pegado a su pantalón mientras esperaba, la chica parecía necesitar más tiempo del habitual para presentarse. Tuvo que tomar aire, como si en lugar de su nombre fuera a decirle su número secreto del banco.
—Me llamo Ciara. Con C, pero se pronuncia como si fuese una K.
—Un placer, Ciara con C —repitió él perfectamente—. Te has encontrado a mucha gente la que le cuesta pronunciar tu nombre, ¿verdad?
—Nací y crecí en un pueblo que forma parte de la España profunda, puedes estar seguro de que sí —dijo demasiado seria—. ¿Sabes lo frustrante que es que la profesora que te conoce de toda la vida se bloquee al pasar lista y te llame Ziara día sí, día también?
—Oh, sí. Tuvo que ser un trance terrible.
Se echaron a reír mientras Gabriel recogía sus enseres. No quería llegar tarde a su cita con la chica más importante de la faz de la Tierra, tenían pensando cenar pizza y ver las aventuras de Campanilla por enésima vez.
Ciara le acompañó hasta la puerta, debatiéndose si invitarle a una copa estaría fuera de lugar sabiendo lo que sabía de él. No estaban en igualdad de condiciones, su madre se lo había vendido como un Jaguar de segunda mano, potente, pero económico, que solo necesitaba una puesta a punto. Y, aunque no tuviera planes de acercarse a él como Cándida lo pretendía, sí que le gustaría compartir otra cerveza con este chico. A pesar de la mala fama que tenía y de lo que comentaban las vecinas cuando Cándida desaparecía de la cola de la carnicería, Gabriel le parecí un hombre generoso, dulce y de lo más interesante.
—Si por casualidad vuelves a caer por el bar en el que trabajo, estarás invitado a lo que quieras.
Gabriel le dedicó una sonrisa algo infantil, dentro de ese cuerpo de manitas no había una gota de la maldad que las malas lenguas le atribuían: que si dejó preñada a la niña de los Prieto, que si la había enganchado a las drogas, que si la obligaba a ganarse la vida mientras él iba de bar en bar, que si esa niña tenía que comer era gracias a su abuela... Había oído de todo y nada bueno. Pero esa sonrisa inocente no tenía nada que ver con aquello.
—O tal vez te apetezca pasarte a final de mi turno y nos tomamos algo juntos —insistió ella.
Esta vez, la sonrisa de Gabriel se hizo tan grande que hasta se le marcó un hoyuelo al lado izquierdo de la boca. Le sentaba realmente bien.
—¿Se puede saber qué te ha dicho mi madre? —quiso saber—. ¿No te habrá hablado de dote, verdad? Porque no tengo nada que ofrecerte.
—¿Nada? —bromeó ella—. Pero Cándida me prometió paella todos los domingos que quiera pasar por su casa. Y una comida gratis, es una comida gratis...
—A cambio de entretenerme un rato, ¿no?
Ciara se encogió de hombros.
—Creo que solo quiere que salgas un poco y te diviertas de vez en cuando.
No sabía si fiarse del todo. La chica era nueva en el barrio y eso era una ventaja, pero estaba seguro de que ya se había enterado de su vida. Una ciudad pequeña, un barrio pequeño y demasiadas viejas chismosas por metro cuadrado. Además, él ya se había sincerado demasiado la noche en la que se conocieron y no estaba seguro de ir a sentirse cómodo con alguien que conocía de antemano esa terrible debilidad que sentía por Verónica.
—¿Me estás evaluando? —preguntó ella malinterpretando su mirada.
Se echaron a reír y el hoyuelo de Gabriel volvió a aparecer en escena. No la estaba evaluando, claro que no. Eso ya lo había hecho en el bar, cuando la clasificó en su archivo como una chica atractiva a la que no acercarse por la señal de ese tortuoso tatuaje en el brazo. Una de esas lindas desequilibradas de las que es mejor alejarse.
—Pero, vamos a ver, ¿tan insufrible te parezco?
—No, no. Nada de eso. Es solo que me gusta hacerme de rogar, no todos los días se me acerca una tía como tú a pedirme una cita.
—¿Una cita?
—Llámalo como quieras, no estoy muy puesto en estas cosas. Pero el caso es que quieres salir conmigo y a mí no me gusta perder el tiempo. No sé si puedo fiarme de ti.
—Bueno, supongo que tendrás que arriesgarte y descubrirlo.
Gabriel volvió a reír y se dio la vuelta. Avanzó unos pasos hasta alcanzar el inicio de las escaleras y se giró hacia ella.
—¿Siempre eres así?
—Sí —dijo Ciara sonriente—. También soy esa clase de persona que no cree en las segundas oportunidades.
El chico bajó dos escalones antes de darse la vuelta de nuevo.
—¿A qué hora terminas el martes?
—Tengo turno de tarde, así que a las diez te espero en la puerta.


2 comentarios:

  1. Me ha encantado. Ya va tomando forma y yo como una tontita dando palmadas de ilusión. Me encanta Gabriel y me encanta Ciara. Un nombre precioso y distinto, por cierto!! ;-) <3
    Mil besos, preciosa! <3

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  2. Me está gustando mucho la historia. Se ve que va cogiendo forma. El nombre de Ciara no lo conocía, es muy curioso, original y personal. Seguiré la historia de cerca cada sábado.

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