¡Salpicados! Capítulo 18



Capítulo 18

 El día de la mudanza, Gabriel estaba de los nervios. Había limpiado la casa a fondo, deshaciéndose de los trastos acumulados en la habitación para dejársela libre a Ciara. Entre ellos se encontraban algunas cosas de Verónica que él suponía que no volvería a necesitar, como ropa pasada de moda, el casco de la bicicleta que se había comprado para salir a pasear con Melisa y que revendió dos meses más tarde, o los patines en línea que se le habían antojado y que nunca llegó a usar. 
  Entre limpiar, hacer la compra para que la nevera estuviese repleta y llevar todos esos trastos a la beneficencia, a penas le quedaba tiempo para preparar la pizza que les había prometido para la cena. Intentó apurar el tiempo al máximo haciendo la masa de pan rápida que le había enseñado su madre, pero justo cuando empezó a amasarla sonó el timbre.
  -¡No, no!  ¿Ya está aquí? -murmuró entre dientes-. Mel, ¿te importaría abrir la puerta? -dijo bien alto para que su voz superase el volumen de Disney Channel-. ¡Mel!
  -Ya voy -dijo arrastrando la última sílaba. La niña fue hasta el recibidor, arrimó la pequeña escalera que le ayudaba a alcanzar la mirilla siempre que era necesario y soltó un grito que alarmó y alivió a su padre a partes iguales- ¡Güeli!
  Cándida se agachó para apresar a su nieta entre sus brazos le entregó una bolsa de supermercado llena de esos bollos de chocolate que tenían que durarle toda la semana.
  -Mamá, ¿qué haces aquí? -le dijo Gabriel apurado. Ya iba con retraso y solo faltaba que llegase su madre a entretenerle, Ciara era la chica más puntual que jamás había conocido-. Lo tengo todo controlado.
 -Ya veo -respondió Cándida echando un vistazo a la casa-. Está todo reluciente. -Su hijo dibujó una sonrisa en su cara enharinada-. Pero tú echas hecho un desastre. Ve a darte una ducha, no vayas a darle a esa chica la impresión de ser un descuidado. Mira que Ciara no es una Verónica cualquiera...
  Cuando la niña la atravesó con la mirada, Cándida se arrepintió de sus últimas palabras. No le gustaba Verónica, jamás le había gustado, pero eso no significaba que tuviese que hablar mal de ella delante de su hija. Melisa la adoraba y, por muy perversa que fuese la forma de amar de Verónica, ninguna niña merecía oír algo así sobre su madre. Algún día tendrían que contarle todo, pero sería mejor que creciese creyendo que su madre la quería tanto como lo hacía ella.
  -Claro que no, porque Verónica es mi madre -le corrigió la niña-. Ciara es solo una amiga que necesita vivir con nosotros un tiempo porque no tiene trabajo ni dinero. Pero va a dormir sola en la habitación que hay libre, ¿verdad, papá?
  Es curiosa la forma en la que tienden a expresar sus miedos algunos niños. Gabriel sabía que a Melisa le  asustaba la posibilidad de no volver  a ver a su madre, pero temía más aún que estaba fuese a ser sustituida en su vida.  Al contrario de lo que había imaginado, a Melisa no le había agradado mucho eso de ver  todos los días a Ciara en su casa. Le caía bien, y era muy divertida, pero no le gustaba compartir a su padre, menos aún que nadie ocupase la plaza vacante de mujer del hogar. Le repetía una y otra vez que su madre  volvería,  y lo peor es que probablemente  tuviese razón. Pero Gabriel prefería no pensar en esa realidad incómoda que nunca le dejaba avanzar con su propia vida.  Si Verónica regresaba algún día, tendrían que plantearse muchas cosas.
  -Gaby,  ¿estás listo? -le gritó su madre-.  Ciara está llegando, acaba de aparcar  el  coche.
  Con la  toalla anudada  a su cintura,  Gabriel terminó de repasar  su rápido afeitado, se engominó ligeramente su pelo castaño de forma descuidada y suspiró. "Pero, ¿por qué narices estoy tan nervioso?", se preguntaba.
  -Gaby, ¿me has oído? -le  gritó de nuevo su madre. 
  Le  estaba poniendo más  nervioso aún y esto le entorpecía.  Tropezó dos veces con  la pernera de su vaquero antes de  ponerse  la camiseta blanca de andar  por casa.  Se miró de nuevo al espejo, tenía buen aspecto.
  -Estaría bien que fueses un caballero y bajases a ayudarla,  viene con tres  maletas  la  pobre. Qué  desgracia de crisis,  que  pena de chica... 
  Cándida  empezó con sus lamentos habituales sobre el porvenir de la  juventud y él aprovechó para salir disparado por la puerta. Melisa, masticando un pastelito de chocolate, los observaba preguntándose a qué venía tanto alboroto.

  Se la  encontró apoyada  sobre la  puerta del  portal, buscando el piso entre los números del telefonillo. Saltó los  últimos tres escalones  del  descansillo y aterrizó justo tras ella  abriéndole  paso de golpe. Por  Dios,  ya estaba sudando otra vez...
   -Hola. -dijo Ciara  sonriente al encontrárselo tan apurado-.  ¿Dónde está  el fuego?
  -Yo...  eh... Mi madre está arriba y me está  poniendo la cabeza como un bombo -se excusó-. "Ciara  ya está  aquí,  baja a ayudar a la pobre con las maletas". -Intentó imitar la voz  de  su madre, pero no le salió nada  bien.
  -No era necesario,  soy una chica fuerte -le  dijo adentrándose   en el  portal  con las tres maletas  a su cargo.  A penas podía avanzar-. ¿Lo ves?
  Gabriel se echó a reír y le  quitó las dos maletas más grandes  de  las  manos. Lo bueno de una recién construcción,  aunque sea de un edificio subvencionado por el estado, es que tenían ascensor hasta el tercero.
  -¿Cómo se  lo ha tomado Melisa? -le preguntó en los escasos centímetros que les separaban.
  -Bien...
  -Tiene miedo de que intente usurpar el  lugar de "mamá",  ¿verdad?
  -Algo así.
  -Es normal. Pero no te preocupes. -El  ascensor alcanzó su parada  y Ciara  sacó una  pistola de juguete rellena de líquido de gominolas-. Sabré  lidiar con ello.



1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho! Qué nerviosito se nos ha puesto Gabriel. Y eso que la chica del bar no el atraía para nada, jijijiji

    Seguro que Ciara se gana a Mel, pasito a pasito, aunque sea con gominolas ;-)

    Sigue así, preciosa!! Cada día lo haces mejor (si esto es posible).

    Mil besos!!

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